Casi todas las aplicaciones artificiales de radiación están controladas por ley. La legislación suele permitir únicamente a usuarios autorizados la utilización de material radiactivo, y limita de modo estricto la posible liberación de sustancias radiactivas a la atmósfera, como también exige que los empleadores gestionen y restrinjan la exposición de su personal a la radiación.
En la asistencia sanitaria, normalmente solo se recurre a la radiación cuando el médico considera que hay que someter al paciente a un protocolo determinado, como el diagnóstico por rayos X, por TAC o por gammagrafía, o la radioterapia. En tales casos, el médico sopesa las ventajas que para el paciente supone llegar a un diagnóstico o efectuar un tratamiento, frente al pequeño riesgo suplementario de cáncer derivado de la exposición a la radiación. Casi todos los países tienen directrices que subyacen a estos juicios clínicos.
Algunas fuentes naturales de radiación no son fáciles de controlar. La exposición que sufrimos a la radiación cósmica y a los rayos gamma procedentes de la radiactividad natural de las piedras y el suelo viene en gran medida determinada por el lugar en que vivimos. La fuente más importante de exposición a la radiactividad natural es el radón en las viviendas y en el lugar de trabajo, y puede controlarse.