Toda exposición al sol causa algo de daño a la piel. Normalmente, el cuerpo puede reparar ese daño, aunque con más dificultad cuando más intenso sea.
Es difícil dar una definición precisa de «exposición excesiva al sol», ya que depende de características personales como el tipo de piel, o de la fuerza del sol y de su localización (índice ultravioleta o IUV). La intensidad del daño aumenta cuanto más dura la exposición al sol, y es mayor si la exposición se produce cuando el sol tiene más fuerza, como hacia el mediodía, en las horas más calurosas del día (entre las 11.00 y las 15.00 horas) y en los meses de verano. Por ejemplo, con un IUV de 6, que se alcanza fácilmente a mediodía en primavera y verano, una persona con un tipo de piel 1 o 2 presentará una quemadura solar al cabo de 10-15 minutos.
Si sale al sol, proteja las partes más expuestas del cuerpo, como la cara, la nuca y las manos. Si se quema, está claro que se ha expuesto más de lo que era seguro, pero la exposición ha podido ser excesiva aún antes de eso. Las quemaduras frecuentes por el sol, sobre todo en la infancia y adolescencia, conllevan un acusado aumento del riesgo de cáncer cutáneo en fases ulteriores de la vida, pero cualquier exposición a los rayos UV, a cualquier edad, incrementa dicho riesgo.